viernes, 18 de febrero de 2011

LOS NIÑOS DEL ALCÁZAR


Uno de los grandes logros del patrimonio jerezano ha sido recuperar, en todo su esplendor, el recinto del Alcázar. A diferencia de otros edificios monumentales de la ciudad, el Alcázar de Jerez era hasta hace muy poco tiempo la gran asignatura pendiente del patrimonio local. No hace falta remontarse a varias décadas para record4r lo que era la muestra más palpable de la dejadez y el abandono. El Alcázar tuvo de todo, cine de verano, casas de vecinos, proyecto de hotel y de Ayuntamiento sobre horrenda estructura, etc. Todo menos lo que tenía que ser y lo que, afortunadamente, hoy es, tras su restauración, un magnifico conjunto monumental, sumamente atractivo para el turismo por su riqueza artística e histórica y un orgullo para la ciudad.
Si bello y evocador es su interior más impresionante resulta aún su aspecto externo con sus nobles portadas y recios torreones; todo ello rodeado por una Alameda Vieja de añoranzas jerezanas.
La Alameda Vieja fue el centro de esparcimiento estival de los jerezanos a mediados del pasado siglo XX. Un lugar para disfrutar del frescor que llegaba de la cercana bahía, allí se pasaban las noches de verano entre la algarabía de niños columpiándose en las Cunitas de Mariano mientras los padres degustaban exquisitos pajaritos fritos en los chiringuitos.
Para los niños de entonces ir a la Alameda Vieja en verano era todo un disfrute no sólo por las atracciones que allí se instalaban, sino, también, por cuantas posibilidades de juego ofrecía aquel amplio espacio siempre vigilado por las almenas del Alcázar. Se podía uno perder entre la maleza de unos jardines que, junto a la calle Manuel María González, ofrecían la posibilidad de creerse por unos instantes el Johnny Weissmuller jerezano para salir a la caza de unas ruidosas ranas que en la oscuridad de la noche daban cierto misterio a la lúgubre y escondida fuente central, o cobijarse en el templete de música, entonces situado en zona más frondosa, o simplemente jugar con los pocos mosaicos que iban quedando del enlosado del paseo central.
Los coches y las cercanías de las playas hicieron que los niños desaparecieran de la Alameda Vieja, ni siquiera para ver ilusionados unos Reyes Magos que, tras su largo viaje, descansaban en el Alcázar para salir desde allí, montados en sus carrozas, en la siempre inigualable jornada del 5 de enero.
La Alameda Vieja y su monumental Alcázar quedaron sin la alegría y el alboroto de aquellos niños que marcaron una época feliz de la historia jerezana, pero las circunstancias de la vida ha hecho posible que de nuevo un buen grupo de niños jerezanos se reúnan en la Alameda Vieja y más concretamente en el Alcázar son los niños del Jerez intramuros, los niños por los que no pasan el tiempo, ni las modas, niños que no entienden de ordenadores, de PlayStation, de tortugas Ninja o de increíbles Hulk destructores, quizás por ello mantienen ese candor y esa inocencia que les hace encantadores. Son, ellos, los niños que se exponen en el palacio de Villavicencio del Alcázar los que reivindican una inocencia que jamás se debería perder por intereses comerciales. Esos niños en sus silloncitos, en sus actitudes triunfantes o en sus deliciosos sueños son el reclamo más evidente ante una sociedad llena de tensiones.
La muestra de Niños Jesús del Alcázar es la mejor terapia de relax para los sentidos, ni las salas de masajes, ni los, tan de modas, baños terapéuticos, ni el mejor de los balnearios alcanzan a trasmitirnos tanta sensación de serenidad y sosiego como esos niños que, estos días, se hospedan en el Alcázar jerezano.
Hace falta de vez en cuando una exposición como ésta, por su arte, por su historia, por su belleza y porque ya era hora de que seamos nosotros, los mayores, los que nos acerquemos a los niños. Los niños del Alcázar están llenos de valores y de mensajes, las virtudes que allí se muestran tienen mucho que enseñarnos.
 ( Artículo publicado en Informaión Jerez el 17 de diciembre de 2005 con motivo de la interesante exposición de Niños Jesús celebrada en el Alcázar. En 1926 Salvador Díez compró el Alcázar, salvándolo de un derribo más que probable. Lo hizo tras conocer los planes del Ayuntamiento de derribar el recinto, argumentando su estado ruinoso para construir en su solar un parque público. Ayer el Ayuntamiento le rindió merecido homenaje rotulando una de las salas del palacio de Villavicencio con su nombre)


Muestra de algunas de las valiósas tallas de Niños Jesús que formaron parte de aquella exposición que tuvo lugar en el Alcázar jerezano.








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