martes, 2 de octubre de 2012

UNA MEDALLA PARA LA ESPERANZA


 
El que se le de una medalla a la Esperanza es algo además de lógico casi necesario. En estos tiempos en los que tantas cosas hacen perder la esperanza, en los que muchos viven esperanzados en un mundo mejor, en el que la esperanza es lo único que queda cuando las circunstancias se tuercen y la situación se hace insostenible hay que rendir honores a la Esperanza. Y lo hacemos conscientes que esa entrega significa mucho más que un honor y una distinción porque lo hace una ciudad que vive anhelando tiempos mejores, nuevos aires que cambien la difícil  situación que estamos atravesando. En los momentos de dificultades es necesario agarrarse a la esperanza para no desfallecer y caer en la desesperación.

Dicen que la gran enfermedad de este mundo es la falta de fe o la crisis moral que atraviesa. No lo creo, decía José Luis Martín Descalzo,- un hombre que vivió en todo momento sin dejar de sembrar esperanza y vida-, en su libro Razones para la esperanza. “Me temo que lo que está agonizante es la esperanza, el redescubrimiento de las infinitas zonas luminosas que hay en las gentes y en las cosas que nos rodean. ¿Qué va a creer un pobre ser humano que abre los periódicos y sólo encuentra en sus páginas violencia y polémicas y que, cuando abre la tarde o la noche el televisor, vuelve a ver más de lo mismo? Desde el día en que decidimos que era noticia un hombre que muerde a su perro y que, en cambio, no lo fuera el que diez millones de hombres todos los días lo sacan a pasear, hemos logrado convertirnos en algo peor que ciegos: en gentes que sólo tienen capacidad para ver lo negro”.

No es noticia lo bueno que ocurre en el mundo sino todo aquello que mueve al morbo, a lo trágico, a sacar a la luz asuntos íntimos y personales, trapos sucios que a nadie debe importar pero que llenan páginas y páginas de revistas y aumenta sobremanera las audiencias. La basura sigue llenando portados pero las buenas acciones siguen pasando desapercibidas porque parece no interesarle a nadie. Y ante ese panorama de un mundo lleno de problemas, de cosas superfluas que tanto nos hace vivir el presente sin mirar al futuro, poco espacio queda para la esperanza. Pero la esperanza no es fingir que no existen los problemas, es realmente la forma más exacta de encontrar las soluciones, que nos brinda la vida cotidiana. Es la confianza de saber que estos no son eternos, que las heridas curarán, y las dificultades se superarán. Es tener fe, es una fuente de fortaleza y renovación absoluto de nuestro interior, la que nos guiará desde la oscuridad hacia la luz. Ya lo dijo Miguel de Unamuno “Jamás desesperes, aun estando en las mas sombrías aflicciones, pues de las nubes negras cae agua limpia y fecundante”.

Pues todo eso y mucho más es lo que se homenajea entregando una medalla a la Esperanza, porque la Virgen de la Esperanza al recibir la medalla de oro de la ciudad de Jerez no solo recibe el reconocimiento a siglos de historia y devoción, en los que muchos jerezanos han confiado en la fe y en la devoción que profesaban a esta prodigiosa imagen para superar sus problemas, que no han caído en la desesperación porque un día sus mayores o una íntima llamada le enseñaron a confiar en la Esperanza, esa Esperanza que les llevó a comprender aquello de “Lo más increíble de los milagros es que ocurren”. La medalla a la Esperanza es mucho más que un acto protocolario por su Coronación Canónica es todo un mensaje de futuro, es un reconocimiento a esa estrella que nos ilumina en la madrugada, es una luz verde en la oscuridad, es el ancla en la deriva, es la hiedra agarrada al muro de las lamentaciones. La Esperanza es tan necesaria que no solo merece una medalla sino el más grande de los reconocimientos.
(Artículo publicado en Información Jerez el pasado domingo 30 de septiembre y ayer lunes en VIVA JEREZ con motivo de la entrega de la Medalla de Oro de la Ciudad de Jerez a la Virgen de la Esperanza de la Yedra).
Salida procesional de la Virgen de la Esperanza, desde la capilla de la Yedra, el Jueves Santo 22 de marzo de 1940. Por primera vez los cofrades visten el hábito propio de la Hermandad.
 

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