martes, 11 de noviembre de 2014

PARRILLA


 
Lo conocí en la cama del hospital Juan Grande, cuando ya la enfermedad le había hecho aparcar los toques de su guitarra y esas coplas de Nochebuena, por cuya recuperación tanto luchó, empezaban a sonar en los altavoces callejeros.  Aquellas Navidades de hace una década mi padre batía sus últimas batallas y en una habitación cercana a la suya dejaba pasar las horas la genialidad de Manuel Parrilla mientras su guitarra permanecía muda, guitarra de astillas de amor como tantas veces cantara Juan Pardo.

Cada vez que, cruzando el pasillo del hospital, lo veía allí en la cama, en silencio, sin el toque, sin el cante y sin el baile que tantas veces le había acompañado pensaba en lo injusto que es acallar el talento, ese arte singular que solo se da en los escogidos pero que en la crudeza de un hospital  se apaga y se anula como el eco en la lejanía.

Mi amigo Juan Antonio Benítez me tenía al tanto de su evolución, de sus leves mejorías,  de sus avances en la enfermedad pero ¿y la guitarra? Sin la guitarra la figura del artista quedaba mutilada, el último eslabón de una saga de flamencos históricos quedaba incompleto.  Dicen que para el guitarrista la guitarra termina de decir lo que él ya no puede, por eso a aquel enfermo le faltaba voz, acallaba un sonido al que siempre había estado unido.

 Manuel Fernández Molina, Parrilla, tenía entonces 60 años y mucho arte aún que derrochar. Había nacido el 21 de Septiembre de 1945 en la calle Campana de Jerez de la Frontera. Estaba emparentado con el mítico Frijones y era nieto de Juanichi el Manijero, además de sobrino del Sernita y de Tía Juana la del Pipa. Cada vez que lo veía, allí en su habitación, tan callado, tan resignado, no podía dejar de pensar en el artista, en su adorada Paquera, en tantos a los que acompañó como Lola Flores,  Tío Borrico, Terremoto o Sordera. Sus éxitos en el tablao de Los Canasteros, de Caracol o El Duende, de Pastora Imperio y Gitanillo de Triana. Pero sobre todo me acordaba de los villancicos, de aquellas coplas de Nochebuena que escuchaba cantar a mi madre cuando la salita de mimbres de mi casa se transformaba para acoger el Nacimiento y en las ondas de Radio Popular de Jerez empezaba a escucharse aquello de “Manolo, pa cantá”. Parrilla fue clave en la recuperación de los cantes populares de la Navidad jerezana, esas coplas que muy pocos conocían y ahora, gracias entre otros a Parrilla de Jerez, todos cantan.

Cuatro años después de aquellos días que compartimos en el Hospital Juan Grande Parrilla de Jerez nos dejó aunque su toque inmortal aún permanece como perenne recuerdo a su memoria. Esta semana se ha presentado el boceto de lo que será el monumento al genial guitarrista y que estará ubicado frente a la ermita de San Telmo. Fernando Aguado, su autor, ha sabido plasmar la impronta de su arte sumergido en la magia de una guitarra. Una escultura que nos recuerda aquello que decía Andrés Segovia: “Muevan su cuerpo levemente hacia adelante para apoyar la guitarra contra su pecho, la poesía de la música debe resonar en su corazón”.

El artista unido para siempre a una guitarra, aquella que tanto eché en falta en la fría y dura estancia de un hospital. Ahora sí, la presencia de esa guitarra podrá decir lo que él ya no puede.
 
(Artículo publicado el pasado domingo 9 de noviembre de 2014 en INFORMACIÓN JEREZ y al día siguiente en VIVA JEREZ).
 
 
 
Un jóven Parrilla de Jerez junto a su guitarra.
Arriba con su inseparable Paquera.
 

 

 

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