jueves, 23 de abril de 2015

PALACIOS QUE SE NOS CAEN


           

 
            Los vecinos de San Mateo y todos los jerezanos amantes de nuestro patrimonio seguimos a la espera de que se acometan las prometidas actuaciones que, de forman inminente, según se anunció, se pensaban realizar en el palacio de Riquelme, esa joya del Renacimiento que se nos cae a pedazos. Ese palacio del siglo XVI que se levantara para glorificación del linaje Riquelme y que muestra un aspecto auténticamente lamentable. En el mismo barrio de San Mateo, espera entre puertas tapiadas y recuerdos de desaparecidos lujos otra noble mansión, el palacio de los Ponce de León, situado en la confluencia de las calles San Blas y San Ildefonso, dos santos que desde los cielos contemplan como el abandono y la desidia se apodera de una portentosa casa que quiso ser el hotel de las mejores vistas sobre el Jerez musulmán, que vivió singulares historias mientras el león Nerón se paseaba por las dependencias  y que sirvió de marco para tantas fiestas e historias del Jerez profundo. Y muy cerca de allí otro palacio que se nos cae sin remedio es el de los condes de Montegil, entre las plazas de Belén y San Lucas; palacio neoclásico, que posteriormente fuese de la familia bodeguera Parra Guerrero y que hoy se nos muere sin que nadie haga nada por salvarlo.  En nuestra señorial calle Porvera un noble edificio,  un palacio del siglo XVIII en la esquina de la calle Ídolos lleva ya demasiados años cerrado y olvidado, una mansión con barroca portada que merece por su importancia arquitectónica y su situación privilegiada una restauración respetuosa y un destino acorde con su prestancia. En el otro extremo de la ciudad otro magnífico palacio se nos cae en la espera de que alguien tome conciencia del gran valor patrimonial que contiene, me refiero a la casa grande de Villapanés, uno de los más notables ejemplos de la arquitectura civil del siglo XVIII existente en Jerez y que se encuentra en pésimo estado de conservación. Piedras que claman al cielo buscando la salvación.

            Son todos ellos palacios que fueron mimados por sus moradores pero que hoy, por distintas circunstancias, son la muestra palpable de la dejadez. Palacios como el del marqués de los Álamos del Guadalete en la calle Francos o el de Salobral en la Alameda de Cristina se perdieron para siempre, otros como el de Mirabal o el de Melgarejo en las plazas de su nombre solo nos queda su portada y algunas otras grandes casas como la de Primo de Rivera en la calle San Cristóbal esperan también ser rescatadas de la ruina.

            Los grandes palacios jerezanos, independientemente de su titularidad, por su importancia histórico-artística es un bien patrimonial de la ciudad, por lo que es necesario que se aúnan esfuerzos, tanto de la administración como de particulares, para que, buscando las fórmulas que beneficien a todos, salgan del olvido y recobren ese esplendor que nunca debieron perder.

            La recuperación del palacio de Pemartín para la Fundación Andaluza de Flamenco, Garvey para uso hotelero, Domecq para grandes eventos, Bertemati como Obispado y tantos otros que hoy se muestran perfectamente restaurados y reutilizados son un ejemplo a seguir.  Como ejemplar es la última iniciativa que se ha puesto en marcha con el palacio del conde de los Andes, abriéndolo al turismo por sus propietarios para que todos puedan admirar sus tesoros, una apuesta digna de aplauso que, sin duda, garantizará su futuro.  
            (Artículo que publiqué el pasado domingo 19 de abril de 2015 en INFORMACIÓN JEREZ  y al día siguiente en VIVA JEREZ)

Patio del desaparecido palacio jerezano del marqués de las Álamos del Guadalete.
 
 

domingo, 19 de abril de 2015

RECORDANDO AL PADRE COLOMA




Se cumple en este año de 2015 el centenario del fallecimiento del ilustre jerezano Luis Coloma Roldán (Jerez de la Frontera, 9 de enero de 1851 - Madrid, 10 de junio de 1915), escritor, periodista y jesuita español. En su faceta de autor de literatura infantil y juvenil creó el famoso personaje del Ratoncito Pérez.

Este jesuita y escritor jerezano, más conocido como el Padre Coloma, forma parte del elenco literario que conforma lo que la crítica ha tenido a bien denominar, ahora que la figura de Cervantes está tan de actualidad, la generación sucesora de la novela cervantina. Coloma cosechó un insólito éxito con sus cuentos, novelas y relatos en las que supo plasmar su vocación religiosa. Así, su obra se caracteriza por una peculiar mezcla de religiosidad y de profundo conocimiento de la vida y sus costumbres, siempre escrita con un matiz moralizador. En sus relatos cortos de carácter fantástico, como sucede con el resto de su producción literaria, Coloma pone de manifiesto su habilidad como narrador, pues aunque parte de la idea de que la literatura no es un fin en sí misma, sino un medio útil y eficaz de adoctrinar, el escritor es consciente de la importancia del componente literario, esforzándose en utilizar los recursos idóneos para que el lector acepte que el mundo puede romperse ante la presencia de lo sobrenatural.

Cuentan sus biógrafos que fue hijo de un célebre médico, Ramón Coloma Garcés, y de Concepción Roldán. A los doce años entró en la Escuela Naval preparatoria de San Fernando, pero lo dejó para licenciarse en Derecho en la Universidad de Sevilla coincidiendo con la trascendental revolución de 1868. De esta época data su amistad con Fernán Caballero. Luego se trasladó a Madrid, donde trabaja como pasante en el bufete del abogado Hilario Pina. Empezó a frecuentar tertulias elegantes y a colaborar en distintos periódicos defendiendo la Restauración de los Borbones. Una grave herida en el pecho en 1872, cuando limpiaba un revólver, afianzó su decisión de dedicarse al sacerdocio en la Compañía de Jesús y marchó a Francia para hacer allí el noviciado, ordenándose en 1874. De vuelta a España se le destinó a tareas educativas en centros de Sevilla, Galicia, Murcia y Madrid. No por ello abandonó el periodismo y se consagró por entero a la literatura. Pasó del costumbrismo y los relatos cortos de sus Lecturas recreativas a la sátira social de la novela Pequeñeces, que se considera su obra maestra.

A su fallecimiento nuestra ciudad dio el nombre de Padre Luis Coloma al entonces único Instituto de Enseñanzas Medias que había en Jerez y le levantó un busto que primero estuvo ubicado en la plaza del Progreso y hoy podemos contemplar, algo escondido, en la plaza del Arroyo; también se rotuló con su nombre la antigua plaza del Clavo, al parecer donde naciera. Madrid, por su parte, tiene dedicada una placa y un museo en pleno centro, concretamente en la calle Arenal, al popular personaje del Ratón Pérez.

Desde esta columna semanal vuelvo a reivindicar la figura de este insigne literato jerezano y,  al cumplirse el siglo de su muerte, quizás sea el momento de reubicar definitivamente su busto en la coqueta plaza del Clavo, junto a una placa que recuerde su trayectoria como figura de las letras, algo que nos ayude también a promover la lectura de esos relatos del Padre Coloma tan valiosos como olvidados.
            (Artículo que publiqué el pasado domingo 12 de abril de 2015 en INFORMACIÓN JEREZ y al día siguiente en VIVA JEREZ)

Cartel de la exposición organizada en la biblioteca municipal jerezana con motivo del centenario del fallecimiento del Padre Coloma.

viernes, 10 de abril de 2015

AL SERVICIO DE LA CIUDAD




Acaba una espléndida Semana Santa  pero la actividad de las Hermandades no termina porque tienen que seguir sirviendo a la Iglesia y al pueblo. Para intentar comprender las claves de esta manifestación popular resulta preciso acudir a la historia de las corporaciones que le dan forma, que es la propia historia de la ciudad.

Es segura en el siglo XV la existencia en Jerez de varias cofradías, casi todas ellas asistenciales.  Las de San Antón, San Bartolomé, Santa María del Pilar, la Misericordia, la Sangre, la Concepción de las Viejas, Santa María del Alcázar y la Natividad de Nuestra Señora. En ese siglo se funda otra Hermandad de San Cristóbal (en 1490), sin duda por haberse perdido la anterior del mismo nombre. Y a la duda expone Hipólito Sancho sobre si existía o no una corporación titulada de San Sebastián, podemos responder que no se formaliza hasta 1577, según consta en el Archivo Diocesano, muchos años por tanto después de tener un hospitalito e iglesia, de estar prácticamente asociada a San Juan de Letrán y de estar ya ese hospitalito a cargo del Beato Juan Grande, como puede verse en su biografía.

Por lo que sabemos de algunas de estas cofradías (como la de San Bartolomé), los fines asistenciales no estorbaban a los de piedad y esto se confirma con lo sucedido con la Hermandad del Salvador que, pese a su título, por tener alguna finalidad asistencial fue unida a la de la Misericordia en 1506, aunque iba a la Colegial cada año a celebrar al Cristo de la Viga, su titular, lo que nos garantiza que el nombre primitivo de este Cristo es el de "El Salvador". Igualmente la cofradía del Pilar, aunque cumplía una finalidad hospitalaria, se fundó inicialmente para darle culto a la Virgen de este nombre y no dejó de dárselo cuando construyó su hospital.

Es interesante subrayar este aspecto piadoso de las cofradías jerezanas, unido al de su carácter asistencial,  máxime cuando ya en la antigüedad consta el gran esfuerzo que tenían que hacer las propias cofradías para mantener sus hospitalitos tan necesarios por aquellos tiempos.

Las contrariedades y vicisitudes que nuestras Hermandades han atravesado influyeron de forma decisiva en la continuidad histórica no sólo de sus labores caritativas sino también de las instituciones que las animaban. Unas, tras períodos de esplendor y gran predicamento devocional, decayeron de manera definitiva; otras, lograron superar los embates del destino acometiendo con nuevos bríos su propio discurrir histórico; no faltaron, finalmente, las que, a pesar de las incidencias que les afligían, perduraron con empeño hasta nuestros días.

Sea como fuere, el azaroso discurrir histórico de nuestras corporaciones no pudo dejar de afectar a su labor asistencial ( de servicio a la ciudad) que, a pesar del tesón de sus hermanos, se veía resentida frecuentemente por calamidades que menguaron su fortuna sin que por ello abandonaran nunca del todo la atención al hermano o a todo aquel necesitado. Desde sus orígenes las cofradías jerezanas no han dejado de crecer, capotearon desamortizaciones, supresiones y prohibiciones; siempre con el culto a Dios en primer orden, sin abandonar su acción caritativa y formativa para con los hermanos.

Acaba la Semana Santa pero el servicio de las Hermandades a esta ciudad, que las vio nacer hace siglos, no termina nunca porque es algo que, sin duda, las hace grandes y útiles a cada momento histórico que les toca vivir.

          (Artículo que publiqué el pasado Domingo de Resurrección,  5 de abril de 2015, en INFORMACIÓN JEREZ  y al día siguiente en VIVA JEREZ).


 
Imagen titular de la Primitiva Hermandad Hospitalaria del Apóstol San Bartolomé.

sábado, 4 de abril de 2015

COFRADÍAS DE BARRIO Y SOCIABILIDAD


       
 

       En el auge que ha experimentado la Semana Santa jerezana tiene mucho que ver los barrios, lo hemos podido comprobar en los días previos a que la primera se plante en el palquillo de la plaza Aladro y todo ello por  el relevante papel que han tomado las cofradías en el extra-radio de la ciudad. Las nuevas cofradías de los barrios aglutinan a nuevos sectores sociales, con lo que ha aumentado considerablemente su base poblacional, adquiriendo carta de naturaleza como fenómeno de primer orden en el ciclo vital de la ciudad, convirtiéndose en un poder fáctico que moviliza importantes recursos económicos y humanos, ocupando una gran preeminencia como centro de relaciones sociales.

Las hermandades situadas en los barrios periféricos de la ciudad se convierten en asociaciones claves de la sociabilidad jerezana y en centros de socialización de esos barrios, donde se desarrollan la interacción social y las relaciones interpersonales de manera continua y permanente, la acción cotidiana y festiva, personal y colectiva de la vecindad. Las hermandades se han convertido, pues, en muchos casos, en motores de la vida de los barrios, potenciando el desarrollo de los mismos a través de sus propias actividades, deviniendo, como apuntan algunos historiadores "en un poderoso instrumento asociativo, el más extenso e importante, de la heterogénea burguesía urbana de fin de siglo, bajo cuya interacción se revelan y expresan la identidad cultural y la organización social que ella misma construye y reactualiza". Y es que las hermandades y cofradías han sido y siguen siendo, como sostiene el profesor Escalera Reyes, las formas más extendidas e importantes de asociación en gran parte de Andalucía (...) constituyéndose en marcos para la expresión y el desarrollo de la sociabilidad y la interacción social generalizada de los andaluces. El antropólogo Isidoro Moreno, por su parte, remarca aún más esta idea afirmando que lo sustantivo de las hermandades y cofradías es, precisamente, ser una asociación, un contexto donde se da la sociabilidad.

Todos los estudios coinciden en que junto a la función asociativa (sociabilidad), constituyen las cofradías o sus imágenes unos referentes de identificación simbólica, que puede adquirir la significación de símbolo para un barrio o para un determinado sector social. Del fuerte contenido simbólico de las cofradías, teñido de una enorme carga estética y emocional,  los estudiosos del tema afirman que las revelan como poderosos núcleos de identificación sociocultural en los que entran en juego una compleja red de relaciones interpersonales de sus miembros hasta la integración convivencial de personas y grupos heterogéneos. Es a través de estas funciones como las hermandades y cofradías de penitencia reconstruyen ritualmente el orden social, recreando cíclicamente la estructura de la propia comunidad. Ahí radica una de las razones fundamentales de la fuerza significativa y del esplendor actual de nuestra Semana Santa, en el hecho de haberse constituido en el principal referente de identificación de la ciudad, sin negar sino re-afirmando sus identificaciones e identidades sectoriales y grupales, y, reproduciendo también la identidad colectiva de Andalucía, al producirse el mismo fenómeno simultáneamente en prácticamente todos los lugares del país.

Hace mucho tiempo que la ciudad rompió sus muros para abrirse a aquellos primero arrabales de San Miguel, Santiago y San Pedro, hoy, siglos después, Jerez sigue ampliando fronteras y en cada nuevo rincón surge la semilla cofrade como algo estrechamente unido a su propia identidad y a esa sociabilidad que le caracteriza.
(Artículo que publiqué el pasado Domingo de Ramos, 29 de marzo de 2015, en INFORMACIÓN JEREZ)
 
Foto del ayer de la Hermandad de las Viñas a su paso por el desaparecido puente de la calle Arcos, frontera de Jerez con nuevos barrios surgidos tras la contienda civil.