sábado, 4 de junio de 2016

TRES AIROSAS CHIMENEAS


 
 
 
Los cielos que perdimos se titulaba aquel libro que hace más de cincuenta años escribiera el sevillano Joaquín Romero Morube en el que narra medio siglo de soles, lluvias y vientos huidos que él intentó cazar con redes de metáforas para disecarlos en las páginas de un libro. Los cielos que perdimos es uno de esos ensayos narrativos y divagadores que Romero Murube escribió a lo largo de su vida. Una obra en prosa que, desde la nostalgia, buscaba el alma de la ciudad hispalense.

Jerez también tiene sus cielos, solo hay que alzar la mirada para recrearse en ese cielo negro de ruán que cubre la plaza de San Miguel cuando en la noche del Viernes Santo suena la doble campanada, cielo morado de la calle Porvera cuando la comitiva rociera emprende caminos de sueños, cielo rojo incandescente sobre la catedral jerezana cuando el Cristo de la Viga emprende los últimos metros de su itinerario procesional, cielo gris de la Alameda de Cristina cuando el humo de las castañas nos anuncia la llegada del otoño, cielo lleno de estrellas fugaces en la noche mágica de Reyes, cielos de fuegos de colores sobre el Hontoria cuando la Feria del Caballo se pone en marcha, cielos repletos de palomas mensajeras sobre el reducto catedralicio anunciando el nuevo vino por septiembre  o cielos celestes que se hacen intensos en esas mañanas de Corpus como las que vivimos estos días.

Son cielos jerezanos de los que aún disfrutamos, pero hubo otros que perdimos como ese cielo que desde la Alameda Vieja nos anunciaba esa brisa marinera que divisábamos a lo lejos, entre verdes campos y altos miradores que la sierra de San Cristóbal recortaba en el horizonte del cercano océano, unos cielos que perdimos por la mole de ese infortunado bloque junto a la ermita de Guía que vino a tapar nuestra perspectiva celestial de la bahía. Otro cielo que perdimos es el que mirando hacia la sierra se recortaba entre el humo de tres chimeneas que fabricaban botellas para esos caldos universales de nuestras bodegas. Tres chimeneas echando humos que formaban la estampa de ese Jerez próspero e industrial de hace unos años donde el vino era uno de los principales motores de la ciudad.

Fue el 22 de junio de 1895 cuando el ciudadano francés, D. Antoine Vergier Jeune, en representación del hacendado francés vecino de Lyon, D. Andrés Bocouze, mediante poder notarial expedido el 11 de junio de 1895, solicitaba permiso al Ayuntamiento de Jerez para establecer una fábrica de vidrio en el lado izquierdo del kilómetro 109,30 del ferrocarril Sevilla-Cádiz, próximo a la estación de ferrocarriles de Jerez. Allí se alzaron con el tiempo tres airosas chimeneas que, desde entonces, forman parte de ese cielo jerezano cuando se divisa la ciudad desde la lejanía. El 26 de noviembre de 2009 el último horno de la fábrica de botellas de Jerez se apagaba tras 114 años de actividad. Casi tres meses después de que la multinacional francesa Saint Gobain Vicasa anunciara a los trabajadores la clausura "irrevocable" de la planta "por sus altos costes de producción". Se mantuvo un centro logístico que esta pasada semana ha anunciado su cierre definitivo. El Ayuntamiento asume que el suelo se destinará a viviendas y zona comercial, esperemos que este nuevo uso siga contando con estas tres airosas chimeneas que son parte ya insustituible de los cielos jerezanos.
          (Artículo publicado en INFORMACIÓN JEREZ el 29 de mayo de 2016 y al día siguiente en VIVA JEREZ)



Instalaciones de la fábrica de botellas en una fotografía del ayer

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