miércoles, 20 de diciembre de 2017

SUSPIROS




           Voy a contarles a ustedes lo que a mí me ha sucedido, que es la emoción más profunda que en mi vida yo he sentido. Fue en Jerez en las vísperas de Nochebuena donde yo preparé una visita junto a mis paisanos, allí fuimos a pasar el puente de la Inmaculada para disfrutar de todo lo que ofrece esta tierra cuando se acerca la Navidad. Desde que tuve que emigrar no suelo faltar en este puente a mi tierra natal, sus magníficos Nacimientos, sus incomparables zambombas, el propio ambiente de la ciudad, con sus calles del centro llenas de gentes, con sus bares y tabancos tan concurridos, todo un atractivo turístico que los jerezanos que vivimos fuera  echamos mucho de menos.

            El día de la Inmaculada lo habíamos pasado de maravilla en una de esas ambientadas zambombas que te cautiva tanto que nunca ve el momento de irte. Al caer la tarde cuando ya volvíamos al hotel con la alegría de lo vivido nos paramos cerca del alcázar jerezano para, entre todos, entonar uno de esos villancicos que, unos minutos antes, habíamos estado cantando en la zambomba. Nada más arrancar con nuestros cantes a coro se escuchó, a lo lejos, una banda tocar, “callar todos”, dije yo y un pasodoble se oyó que nos hizo suspirar, cesó la alegría, ya todos callaban, ya nadie reía,  todos lloraban, oyendo una música que no nos era extraña, eran nuestros suspiros “Suspiros de España”. La Virgen de la Amargura volvía a los Descalzos tras presidir en la catedral el Pontifical del día de la Inmaculada y justo en el momento que transitaba por la Alameda Vieja, junto al alcázar, cerca de donde estábamos nosotros, sonó “Suspiros de España”. Eran esos suspiros de la nostalgia cuando se vive en tierra extraña, suspiros de tantos que han pasado la amargura de tener que dejar su tierra para buscarse el sustento, suspiros de esos jerezanos que cuando llega Navidad o Semana Santa añoran su tierra desde la lejanía, soñando con zambombas y panderetas por Navidad y pasos de palio cuando los azahares inundan la Corredera.

            No lo cantó así Concha Piquer pero podría ser verdad por las circunstancias excepcionales que se dieron en Jerez en el pasado día de la Inmaculada. Un Jerez viviendo ya la Navidad y otro Jerez adelantándose a la Semana Santa. En la calle San Agustín marchas procesionales y en el mismo momento, a pocos metros, en la plaza del Arenal coplas de Nochebuena, olor a incienso en la delantera del paso mezclado con olor a pestiño del obrador de las monjas clarisas, resplandor de la candelería del palio fundido con la luminosidad del alumbrado extraordinario de la calle Medina. Dos acontecimientos cristianos entrelazados, dos celebraciones selladas al sentimiento del pueblo; contrastes de dos periodos festivos que se viven intensamente desde hace siglos. Tiempos que se funden como los silencios previos al nacimiento y posteriores a la muerte, como la propia vejez cuando se hace infantil. Los que en el pasado puente de la Inmaculada tuvieron la oportunidad de ver, viniendo de fuera, una muestra de nuestra Navidad y de nuestra Semana Santa sólo con ir de una calle a otra no se les olvidará nunca lo vivido porque pasaron del nacimiento a la muerte en un suspiro. Vida y muerte con un solo protagonista, el Niño Dios, el que llena siempre de suspiros todas las amarguras.    
 
             (Artículo que publiqué en INFORMACIÓN JEREZ el pasado domingo 17 de diciembre de 2017 y al día siguiente en VIVA JEREZ)
 
 

 

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